miércoles, 29 de mayo de 2013

La alegría no tiene causa.

Juguetea nerviosa con la cremallera, subiéndola y bajándola aleatoriamente. La camiseta se queda enganchada, pero cuando consigue desengancharla vuelve de nuevo a la carga.
 Mira una vez más el calendario que cuelga torcido de una de las paredes de la cocina y siente como si le diesen una bofetada al ver ese recuadro rodeado de un rojo intenso. 24 de mayo.
Su risa, su música, su fuerza, su alegría, sus abrazos… todo ha ido desapareciendo con el paso del tiempo, pero no piensa dejar que le priven de esa parte de vida que por derecho es suya.
Por un momento deja de proyectarse en el pasado y sonríe.

<¿Cómo saber lo complicado que es? No hay normas pactadas, no venimos con ningún tipo de instrucciones debajo del brazo. Nadie te dice si lo haces bien o mal y eso solo pueden saberlo cuando crecemos. Me costó meses comprender el riesgo que corren, sabiendo que para nosotros será muy fácil reprocharles nuestras frustraciones en el futuro.>

ÉL le sonríe dulce, agarrando con fuerza su mano. Se restriega con la manga de la sudadera una lágrima que recorre su mejilla.


<La verdad, es una pena que la gente no sepa lo que es amor y sobre todo, que no valoren lo que tienen hasta que  lo pierden, y sobre todo no saber que sin duda el amor de los padres es el más desinteresado del mundo.>

M

miércoles, 15 de mayo de 2013

For all we've lived, and all we love.

Si me dieran una goma de borrar, no borraría mis errores del pasado. Pero, quizás, sí borraría mis errores del futuro.
Cada paso, toda decisión que he tomado hasta este momento me ha convertido en quien soy actualemte. Y, ¿quién soy? Un sinfín de risas, puede, y de lágrimas que han abrillantado mis ojos, y de parpadeos que han puesto fin a numerosos recuerdos.Un reflejo de la sencillez, y de ausencia de perfección; sin duda un montículo de decepciones, pero también de esperanzas. Soy adjetivos, soy sentimientos y humana, pero también soy todos los que constituyen mi vida.
Por eso digo que no borraría mis errores del pasado. Todos ellos me han conducido a estar donde estoy, con quienes estoy, a apreciar y adorar los defectos de aquellos con los que me he chocado y que son ahora una parte indispensable de mí, haya costado lo que haya costado. Soy alguien que se ha acostumbrado a querer lo que tiene y que le aterra perderlo.
Por eso digo que borraría mis errores del futuro. Esto es "casa". Ellos son "casa". Ellos son con los que quiero estar, y si un error puede hacerlos desaparecer, estoy perdida. Y tú, tú también eres mi "casa".
A veces es fácil decir las cosas: las palabras se desgastan; en el fondo pocas personas entienden lo que significa "siempre", ya nadie cumple del todo con lo que dice.
Por eso, quería que supieras que todos y cada uno de los pasos que me han llevado a ser como soy, todo lo que he aprendido a tu lado, es un tesoro. Y que ahora que nuestras vidas pueden cambiar de sentido... ya puedo morir ahogada en hermosos recuerdos.
Gracias por todo lo vivido.
Alguien que te quiere.

sábado, 2 de marzo de 2013

La delgada línea entre tú y yo.

Ella mira de forma misteriosa, quizás fría. No es hiriente, ni mucho menos. Simplemente lejana, como si estuviera a kilómetros de ahí. Como si fuera otra persona totalmente distinta.
Dicen que mucho calor da frío y que mucho frío quema. Algo parecido sucede entonces en él. El hielo de los ojos de ella incendia una llama de furia en lo más profundo de su ser. Aunque, en su caso, él siempre ha sido muy propenso a esas cosas... Ya sabes, a quemar. Ya sea por deseo, ya sea por falta de control, o por el mero placer de ver las llamas avanzar.
Y él es consciente. Le gusta, y todo. Siempre se ha sentido superior. ¿A quién no le gusta el calor? Sabe que con su sonrisa provoca casi reacciones químicas. Luego, cuando se cansa, solo tiene que empujar un poco más. Así es como maneja ese interesante juego de cartas. Sin ir más lejos, sabe que a ella le ha quemado más de una vez.
Recuerda haber cojido su finísima cara entre sus manos. Recuerda haber manejado su cuerpo con hilos, como si de una marioneta se tratase. Y se había sentido tan poderoso... Como con todas. Al fin y al cabo, ella es una más, y sus ojos cargados de inocencia habían tardado su tiempo en despojarse de ésta y ver la cruda realidad.
Pero ahora era desconcertante. Siempre había vuelto con la misma cara de ilusión; así cualquiera la ganaba al póker. Pero esta vez, era indescifrable. Ni siquiera tenía claro que estuviera sonriendo. La falta de transparencia le ponía de nervios. Parecía que, por una vez, él no tenía el mando de la situación.
-¿Qué tal todo?- Pregunta, rompiendo el silencio. Como si eso pudiera romper el hielo.
-Bien. -Responde ella. Sigue mirando.
-Eso he oído. Novio y todo. -Intenta sonreír.
-Sí. -Se limita ella a contestar.
No sabe qué hacer. Su mirada le incomoda. ¿Dónde está su seguridad?
-¿Qué coño te pasa? -Se rinde rápido con el modo educado.
-¿A mí? Nada. ¿A tí? ¿Estás incómodo? -Una pequeña sonrisa empieza a asomar.
-No, pero no sé, joder, dí algo.
-Ya. -Se acerca. Sigue sonriendo.- Estás incómodo, ¿verdad? -Él no responde. Ella sigue.- Esto me pasaba a mí siempre. Siempre que estaba contigo. Tú siempre te creías más fuerte; yo no. Verás, esa es la delgada línea entre nosotros: yo no me engaño. Siempre he sido como un libro abierto. Pero tú estás empeñado en convencerte de que controlas el mundo con tus dedos, cuando todo lo que tocas lo destruyes. Y al final, acabas solo. Eso te asusta, por eso no lo quieres reconocer. Pero sabes que, no solo desde que yo me fui, sino que desde has decidido esconderte en ese estúpido armazón, solo te quemas a tí mismo. Y si nunca entendiste la palabra fragilidad, es porque nunca te entendiste a tí mismo.
A.

lunes, 18 de febrero de 2013

Que no pase lo que pasa.

La bufanda está debajo de la silla, y nadie se ha dado cuenta. Eso es porque el invierno ya no tiene mucho más que poner sobre la mesa. Un invierno más, un invierno menos. Pero cualquiera se atreve a salir a la calle sin ropa de abrigo, ¿verdad? Nosotros y nuestras inmensísimas ganas de que pase el tiempo. De que llegue el verano. Un verano más, un verano menos.
Dicen por ahí y cada vez con más esmero que nos pasamos la vida esperando un tren, el tren de la felicidad, aquel que se supone que traerá momentos mejores que los ya vividos. Que acaben los exámenes, que acabe el colegio, que acabe la uni, casarnos, tener hijos, que nuestros hijos se emancipen, tener nietos. La cosa es tirar siempre un poquito más del hilo. Solo un poco más.
Me acuerdo de nosequé cuento que me contaba mi madre cuando era pequeña, de un hombre al que le dieron un carrete de hilo del cual podía tirar cada vez que quisiera pasar un momento malo. El hombre tiraba de él cuando su mujer se ponía enferma, cuando discutía con su hija, cuando se aburría en el trabajo; y así hasta que un día se miró al espejo y se dió cuenta de que tenía el pelo blanco.
No somos conscientes. El tiempo sigue pasando y es así; este frío invierno guarda en sus borrascas risas ensordecedoras y lágrimas dulces. Y nosotros tan contentos, avanzando hacia un verano más, ignorando que cada paso que damos, nos alejamos más de este trocito de nosotros. Y quizás a veces lo damos con tantas ganas que se nos olvida saborear los momentos que tenemos, que al fin y al cabo, ya se encargan ellos solitos de escaparse como la arena entre los dedos.
Aún hace fresquito, y yo no tengo ganas de olvidar.
A.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Live, laugh, love.

Hubo un tiempo en el que yo vivía terriblemente convencida de que tenía a mi disposición todas las razones para vivir menos una. Y ese autodestructivo pensamiento fue disipando todas las demás.
Así de simple es el ser humano: nos empecinamos en una cosa, y cuando tenemos algo en mente, no podemos ver más allá de nuestras propias narices. Es gracioso, aún así, que nos quejemos contínuamente del destino cuando somos nosotros nuestro único obstáculo, ¿o no? Pero las cosas funcionan así. Nos empeñamos en que el mundo es inmenso y que hay que vivir cada instante al 120%, en que podemos con todo y en que las pilas no se gastan nunca. Creemos de verdad que el poder de nuestras carcajadas puede con cualquier situación adversa, y que por una lagrimita de cocodrilo, la manipulación está más que conseguida.
Pero no es así. Somos pequeños. Y el mundo también. Y evidentemente una sonrisa es el único idioma aceptado en todos los países del planeta y la vida está para vivirla. Pero tampoco podemos dejarnos llevar por la demencia. No podemos dejarnos arrastrar por los impulsos ni por falsas teorías basadas en una mentalidad adolescente y quizás algo aturdida por el alcohol. Por esa regla de tres, andar por el borde de un precipicio puede tener vistas espectaculares.
A lo lardo de estos años he aprendido que no podemos con todo. Que no puedes alimentarte de alegrías ni sustituir el sueño por locuras, y que hay ocasiones en las que que pensar las cosas más de una vez es la combinación perfecta para abrir una caja fuerte. He aprendido que tampoco necesito comerme el mundo para saber el verdadero sabor de la felicidad. Porque, al fin y al cabo, todo lo que quiero lo tengo aquí. Y esque somos así de simples: construimos nuestas utopías basadas en aquello que un día fue como un hogar para nosotros. Y quieras que no, dar la vuelta al mundo y experimentar mil cosas nunca va a ser comparable a dormir con el peluche de tu infancia.
Por eso insisto en que a veces lo que buscas está tan cerca que cuesta verlo. En que tarde o temprano, te gusta más pensar en tu cama que en el puente de una ciudad del continente opuesto. En que a veces vale la pena quitar velocidad y ver las cosas con otros ojos. En que quizás el amor de tu vida sea aquél que más ha formado parte de ella, y en que el abrigo que más resguarda es la voz de aquellos que estuvieron cuando diste tus primeros pasos.
Soy una amante del mundo. Pero considero que lo soy más del mío propio. Y es por eso que ahora tengo la certeza de que no necesito nada más. De que tengo a mi disposición todas y cada una de las razones que necesito para vivir. Y es cierto que hasta que no conseguí mi pequeño capricho no empezé a ver las cosas de otro modo. Pero por lo menos ahora lo sé. Tengo todas las razones para vivir. Todas, más una.

A.

lunes, 22 de octubre de 2012

Love is eternal while it lasts.


<Y ya ves, aquí  sigo, viva después de todo.  Con todas las promesas a medio cumplir… y lo peor no es el simple y patético hecho de que se quedasen en eso. No. Lo peor es que perdí la oportunidad de demostrarme a mi misma que yo no tuve la culpa de nada. Si, sin ninguna duda fue esa culpa con la que cargué durante largos días y eternas noches. ¿Pero quieres saber lo mejor de todo?> Aquellos labios fruncidos se convirtieron en una especie de sonrisa, algo torcida. Era la primera vez que la veía sonreír y sentí... algo así como pena. Pena por todas esas personas que no habían podido disfrutar de su sonrisa. <¿Quieres saberlo?> Me insistió. Yo asentí.
<Lo mejor de todo es que no me importa. Porque por un momento pensé que casi lo teníamos todo, que podía a ciencia cierta tocar con la palma abierta de la mano eso a lo que muchos denominan ‘felicidad’. No me arrepiento de nada.> 
La miré sorprendida y por fin me atreví a preguntar: <¿Porqué?> Me miró y volvió a sonreír.
<Por que por fin conseguí mi final feliz... Él.>
M


sábado, 20 de octubre de 2012

I'd spend a lifetime with you.

¿Sabes qué? Me pierden los momentos en los que eres superior a mí, como cuando me proteges. Me gusta que hables sin parar porque siempre, desde que hablo en serio contigo, que es desde hace ya varios meses, he dicho que tienes una voz preciosa, y me encanta perderme en ella. Y me gusta mucho que hables en tu jerga de ordenadores y cosas raras, porque no entiendo la mitad, pero se te ilumina la cara y se te ve seguro, y una vez más, eres superior a mí. De hecho, ¿sabes en lo que pienso ahora que me encanta? En nosotros independizados, una casa minimalista de tonos rojos, blancos y negros y madera de Ikea, una casa pequeñita pero muy iluminada y, sobre todo, acogedora, en la que estén tus cables y mis apuntes de Derecho por el suelo y miles de cojines que se han caIdo del sofá después de una guerra con estos; las tazas del desayuno en la mesa y mis mil bolsos en la entrada, que siempre los cambio en el último momento. Las zapatillas de andar por casa también perdidas por el parket; yo siempre voy descalza. Tu despacho, en el cual yo no me adentro, lleno de papeles y hardware que escapa de mis conocimientos, todo manga por hombro, y subrayadores de colores que te he obligado a utilizar para estudiar porque eres un desastre. La cocina decentemente hecha, porque por muy maniática que sea, entre que estudio y que tú picas entre horas, no hay quien lo estabilice; pero para todo eso tendremos el domingo por la mañana, en el que tú pasarás la aspiradora porque yo te obligo, y limpiarás los cristales, porque mi padre también lo hace. Un baño cálido con mis cosas para el pelo como monopolio de la casa y un espejo lleno de post-its que me vas dejando todos los lunes para cuando me levante, hacer el comienzo de la semana menos duro. Y nuestro cuarto, con las persianas esas que dejan pasar rayas horizontales, con una cama de matrimonio para que yo me pueda hacer una pelotita sin invadirte y un nórdico calentito que nos resguarde todas las veces que hagamos el amor; blanco para que solo estemos tú y yo y el color de nuestras sonrisas entre las sábanas de esa cama que casi nunca haremos, porque siempre la acabaremos deshaciendo. Nuestro armario a mi lado para que yo me levante antes que tú y te robe una sudadera porque me gusta pasar el día oliendo a tí, y tú ruegas lo justo porque en el fondo te gusta que yo también deje impregnado mi olor en tu ropa. Y por todas la casa, fotos. De nuestras familias, de mis amigos y de los tuyos, de los del colegio y de los de la uni; y sobre todo nuestras, de todos los años que nos hemos querido; y en el cajón de las cosas que no tienen sitio, porque siempre hay uno, algún marco vacío para las de todos los años que nos quedan.
A.