Dicen por ahí y cada vez con más esmero que nos pasamos la vida esperando un tren, el tren de la felicidad, aquel que se supone que traerá momentos mejores que los ya vividos. Que acaben los exámenes, que acabe el colegio, que acabe la uni, casarnos, tener hijos, que nuestros hijos se emancipen, tener nietos. La cosa es tirar siempre un poquito más del hilo. Solo un poco más.
Me acuerdo de nosequé cuento que me contaba mi madre cuando era pequeña, de un hombre al que le dieron un carrete de hilo del cual podía tirar cada vez que quisiera pasar un momento malo. El hombre tiraba de él cuando su mujer se ponía enferma, cuando discutía con su hija, cuando se aburría en el trabajo; y así hasta que un día se miró al espejo y se dió cuenta de que tenía el pelo blanco.
No somos conscientes. El tiempo sigue pasando y es así; este frío invierno guarda en sus borrascas risas ensordecedoras y lágrimas dulces. Y nosotros tan contentos, avanzando hacia un verano más, ignorando que cada paso que damos, nos alejamos más de este trocito de nosotros. Y quizás a veces lo damos con tantas ganas que se nos olvida saborear los momentos que tenemos, que al fin y al cabo, ya se encargan ellos solitos de escaparse como la arena entre los dedos.
Aún hace fresquito, y yo no tengo ganas de olvidar.
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