viernes, 9 de noviembre de 2012

Live, laugh, love.

Hubo un tiempo en el que yo vivía terriblemente convencida de que tenía a mi disposición todas las razones para vivir menos una. Y ese autodestructivo pensamiento fue disipando todas las demás.
Así de simple es el ser humano: nos empecinamos en una cosa, y cuando tenemos algo en mente, no podemos ver más allá de nuestras propias narices. Es gracioso, aún así, que nos quejemos contínuamente del destino cuando somos nosotros nuestro único obstáculo, ¿o no? Pero las cosas funcionan así. Nos empeñamos en que el mundo es inmenso y que hay que vivir cada instante al 120%, en que podemos con todo y en que las pilas no se gastan nunca. Creemos de verdad que el poder de nuestras carcajadas puede con cualquier situación adversa, y que por una lagrimita de cocodrilo, la manipulación está más que conseguida.
Pero no es así. Somos pequeños. Y el mundo también. Y evidentemente una sonrisa es el único idioma aceptado en todos los países del planeta y la vida está para vivirla. Pero tampoco podemos dejarnos llevar por la demencia. No podemos dejarnos arrastrar por los impulsos ni por falsas teorías basadas en una mentalidad adolescente y quizás algo aturdida por el alcohol. Por esa regla de tres, andar por el borde de un precipicio puede tener vistas espectaculares.
A lo lardo de estos años he aprendido que no podemos con todo. Que no puedes alimentarte de alegrías ni sustituir el sueño por locuras, y que hay ocasiones en las que que pensar las cosas más de una vez es la combinación perfecta para abrir una caja fuerte. He aprendido que tampoco necesito comerme el mundo para saber el verdadero sabor de la felicidad. Porque, al fin y al cabo, todo lo que quiero lo tengo aquí. Y esque somos así de simples: construimos nuestas utopías basadas en aquello que un día fue como un hogar para nosotros. Y quieras que no, dar la vuelta al mundo y experimentar mil cosas nunca va a ser comparable a dormir con el peluche de tu infancia.
Por eso insisto en que a veces lo que buscas está tan cerca que cuesta verlo. En que tarde o temprano, te gusta más pensar en tu cama que en el puente de una ciudad del continente opuesto. En que a veces vale la pena quitar velocidad y ver las cosas con otros ojos. En que quizás el amor de tu vida sea aquél que más ha formado parte de ella, y en que el abrigo que más resguarda es la voz de aquellos que estuvieron cuando diste tus primeros pasos.
Soy una amante del mundo. Pero considero que lo soy más del mío propio. Y es por eso que ahora tengo la certeza de que no necesito nada más. De que tengo a mi disposición todas y cada una de las razones que necesito para vivir. Y es cierto que hasta que no conseguí mi pequeño capricho no empezé a ver las cosas de otro modo. Pero por lo menos ahora lo sé. Tengo todas las razones para vivir. Todas, más una.

A.

No hay comentarios:

Publicar un comentario