¿Sabes qué? Me pierden los momentos en los que eres superior a mí, como
cuando me proteges. Me gusta que hables sin parar porque siempre, desde
que hablo en serio contigo, que es desde hace ya varios meses, he dicho
que tienes una voz preciosa, y me encanta perderme en ella. Y me gusta
mucho que hables en tu jerga de ordenadores y cosas raras, porque no
entiendo la mitad, pero se te ilumina la cara y se te ve seguro, y una
vez más, eres superior a mí. De hecho, ¿sabes en lo que pienso ahora que
me encanta? En nosotros independizados, una casa minimalista de tonos
rojos, blancos y negros y madera de Ikea, una casa pequeñita pero muy
iluminada y, sobre todo, acogedora, en la que estén tus cables y mis
apuntes de Derecho por el suelo y miles de cojines que se han caIdo del
sofá después de una guerra con estos; las tazas del desayuno en la mesa y
mis mil bolsos en la entrada, que siempre los cambio en el último
momento. Las zapatillas de andar por casa también perdidas por el
parket; yo siempre voy descalza. Tu despacho, en el cual yo no me
adentro, lleno de papeles y hardware que escapa de mis conocimientos,
todo manga por hombro, y subrayadores de colores que te he obligado a
utilizar para estudiar porque eres un desastre. La cocina decentemente
hecha, porque por muy maniática que sea, entre que estudio y que tú
picas entre horas, no hay quien lo estabilice; pero para todo eso
tendremos el domingo por la mañana, en el que tú pasarás la aspiradora
porque yo te obligo, y limpiarás los cristales, porque mi padre también
lo hace. Un baño cálido con mis cosas para el pelo como monopolio de la
casa y un espejo lleno de post-its que me vas dejando todos los lunes
para cuando me levante, hacer el comienzo de la semana menos duro. Y
nuestro cuarto, con las persianas esas que dejan pasar rayas
horizontales, con una cama de matrimonio para que yo me pueda hacer una
pelotita sin invadirte y un nórdico calentito que nos resguarde todas
las veces que hagamos el amor; blanco para que solo estemos tú y yo y el
color de nuestras sonrisas entre las sábanas de esa cama que casi nunca
haremos, porque siempre la acabaremos deshaciendo. Nuestro armario a mi
lado para que yo me levante antes que tú y te robe una sudadera porque
me gusta pasar el día oliendo a tí, y tú ruegas lo justo porque en el
fondo te gusta que yo también deje impregnado mi olor en tu ropa. Y por
todas la casa, fotos. De nuestras familias, de mis amigos y de los
tuyos, de los del colegio y de los de la uni; y sobre todo nuestras, de
todos los años que nos hemos querido; y en el cajón de las cosas que no
tienen sitio, porque siempre hay uno, algún marco vacío para las de
todos los años que nos quedan.
A.
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