Expulsa el aire de un suspiro, echando un humillo que confirma la baja temperatura. Una ráfaga de viento la hace temblar y rodearse con sus propios brazos. Y ahí lo suelta todo: el recogido que inconscientemente había hecho con su cabello, otra bocanada de aire, el volante de la manga de su chaqueta y un par de lágrimas. Como si fuera una película, en ése preciso momento comienza a caer una suave lluvia. Se agacha con una expresión afligida en la cara, se agarra a los barrotes de la valla y llora. Llora en silencio, un silencio como el de Madrid.
Algo más calmada se sienta, dejando sus descalzos pies colgar encima de la calle. Mira hacia abajo. No hay coches. No hay luces. No hay gente. Sólo viento, frío y lluvia. Levanta la mirada hacia el cielo que, vagamente, intenta amanecer. Madrid duerme. Pero ella no.
A.
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