martes, 4 de septiembre de 2012

Om mani padme hum.

Hay varias y muy diversas formas de vivir la vida. De hecho, probablemente esa variedad sea tan numerosa como los habitantes de nuestro planeta. La gente suele dividirlos en los estúpidos del "Carpe Diem" o segunda versión de "Paz y Amor" y en los aún más estúpidos de hacerse horarios hasta para atarse los cordones. Sin embargo, yo creo que hay muchas otras maneras de vivir.
Si tuviera que elegir algún modelo a seguir, tengo bastante clara la persona. Y no es por cuantas veces te caigas, ni por cuantas consigas no caerte. Tampoco es por las veces que consigas levantarte o por la velocidad a la que vayas. Es simplemente por gestos característicos como una sonrisa pícara que sale tímida y esconde parte del labio superior, o por unos ojos curiosos que se abren un poquito más si quieren tragarse todos los colores del mundo. Es también por una voz que se hace notar, tanto por su presencia como por su ausencia. También es por esos rasgos marcados al final de la mandíbula que de un día a a otro se acentúan un poquito más y demuestran dureza y madurez, porque esos mismos ojos con una sed insaciable han expulsado unas lágrimas que han caído por esa mejilla, hasta esas facciones.
Es más, quizás no sea por ninguno de esos gestos o aspectos de una persona. Seguramente sea por la persona, porque por esos mismos detalles se deja ver por el mundo, deja ver quién verdaderamente es, ya sea por H o por B, porque se sienta segura o porque esté insegura de lo que sienta. Quizás sea porque, al sonreír con esa sonrisita que lo primero que se come es el labio superior, o madurando donde acaba esa sonrisa y empieza su cuello, no solo viva la vida, sino también invite al mundo a vivirla con ella.
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A mí me gustaba vivir la vida de, con, y al lado de María Alcaraz. Y la verdad es que no creo que cambie en mucho tiempo, porque aún ahora sigo aprendiendo el sencillo idioma de las sonrisas antes que el de las palabras. Por eso cuando me atreví a cotillear un poquito entre sus fotos y me encontré con esas sonrisas tan conocidas como las cortinas de mi cuarto y con el hecho de que, a pesar de estar a más de 700 kilómentros (estábamos en pleno verano), viendo tres imágenes la sentía a mi lado, supe que tenía que poner en palabras que me enorgullece ser su amiga. Porque María no sabe vivir. María es vida.
A.

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