Y desde ese día en adelante, ella se levantaba cada mañana y suspirando se recogía su larga melena, buscaba su foto y la miraba soñadora. Sonreía y acariciaba la suave superficie del papel, en el que se encontraban impresas aquellas facciones que ella tanto amaba. Se la acercaba a la cara y lentamente le besaba, con cariño, como si fuera su piel. Luego dejaba la foto y se reía dulcemente, como una niñita pequeña cuando le dan una muñeca, feliz de tener lo que tanto quería.
Te quiero Ana Mañá Blanco, y siento lo de hoy. Hazme caso.
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